Ruta dos montes de San Cibrán, 22/02/14
Por muy Nómadas que anden algunos, no les falta ni
constancia, ni fidelidad, ni arraigo. Ni integridad y ello aunque no acudan
todos los integrantes a una nueva convocatoria de xuntanciña sabática. Bueno,
eso de que no acudan, habría que matizarlo, sabemos muy bien de quiénes los
pensamientos no dejan de acompañarnos por el camino.
Coordinación en punto de encuentro 1. Llegan en ese orden
1, 3, 1 y otro 1 que casi son 2. Tenemos una baja y un alta y media. Unos están
cansados, otros preocupados, una puesta de los nervios, otros de buen humor y
reconfortantes, como siempre, que es sin duda quiénes más sabrán contagiar a la
tropa. Pasa a menudo en este grupo que los achaques y las peniñas acaban
perdiéndose por el camino.
El trayecto en coche hacia el casi punto de salida augura
toda una aventura. Ya se plantan decorados de caos granítico y de cine. Bares
con letreros poco enxebres muchas veces vistos como “Nova Santa Fe” o “Poker”
alternan con canteras y las naves que comparten el mismo espacio. ¡Bienvenidos
al oeste!
Menos coordinación en punto de encuentro 2. En Salceda, se
da una escena mítica que no deja indiferente a los transeúntes. Allí nos espera
un coche y empieza el contrabando ostentatorio con maleteros abiertos y traslado
incesante de bultos sospechosos y posteriores desplazamientos simultáneos de
vehículos. Si se siguen preguntando qué-carallo-estaban-haciendo, sólo
nos embarcábamos en una ruta de senderismo lineal, la cual obliga a un
despliegue logístico. Y la logística ya no tiene secretos para ellos. Nuestra
guía nos obsequia con un folleto de la ruta PR-G 132 (que viene de perlas
también para escribir la crónica ;-)). Allí también esperamos por una tarjeta
fotográfica retrasada y capacitada a la vez, y un termos rebelde que casi
acabaría privando de sustento a una caminante. ¡El pecado de la lenteja! (si las
dejas, no las comes).
El siguiente escenario supera por mítico los anteriores, y
con creces. El guion nos invita a dejar los dos coches traídos hasta aquí en un
alto y no cerca sino delante del saloon más famoso de la zona y ante la mirada
atónita de camioneros y de un chimpónbus que marcha a trabajar al campo.
¡También se la traen los Nómadas por dejar los coches a la vista todo el día en
semejante lugar! El folleto-guion explica que la ruta empieza: “Dende o Alto
do Confurco e ascende pola beira do regueiro de Couso onde se atopa a fervenza
da Galomeira e se poden visitar varios muiños." ¡Acción!
Desde el alto, no todo va a ser subir. Tenía ganas de
aventura y por suerte también hay que trepar y mantenerse en equilibrio sobre
barro caldoso, hojas y frutos capsulares resbaladizos. La atmosfera es húmeda a
más no poder y el bosque exótico desprende fuertes olores de alcanfor. Rayos de
sol de un dorado pálido explotan entre los troncos y unos uniformados con
mochilas avanzan en fila india por una levada ¿Cómo se llama la película?
Eucalyspe now!
Y empieza la ascensión por las escaleras de madera. Las
vistas a la fervenza efervescente son generosas, tanto como el agua. ¡Canta
fermosura! Los molinos no se pueden visitar, pero no falta la imaginación ni las
explicaciones etnográficas de los compañeros. No recordaba ya haber visto un
molino de cubo (con más autonomía ya que recibe el agua que se almacena en un
depósito construido en un alto). ¡Qué vértigo! A los fotógrafos no les faltan
ideas tampoco y continúan meticulosamente con su reportaje, con esa ética que
tienen de retratar también los puntos críticos de la ruta y los caminantes
patosos. No todo puede ser agroglamour, queridos.
Desviamos para acercarnos al Castelo de Cans donde tenemos
grandes esperanzas: nos prometieron vistas magníficas y la posibilidad de pegar
gritos, además de patadas, para así sacar los malos espíritus fuera. Nos recibe
el Pianista y o canciño amarelo lo llevamos nosotros. El de la camiseta
estampada del Festival de Cans, sí, pero también nuestra mascota favorita, que
es toda una estrella ella. ¡Si no os había contado que nuestra amiga Tuchi venía
con nosotros! Llegamos a la cumbre con ganas para lanzar nuestro grito. Con
ganas también. La semana fue dura, acaso la quincena también y cada uno ejerce
de exorcista, particular y colectivamente. Por mucho que estemos en Cans, ¡no
nos quedamos cortos!
Enlazamos de nuevo con la ruta en dirección de Couso y sus
molinos, de canal éstos, siendo o Muíño da Aceña el más mediático con su
gran rueda lateral y canal ben cheo. Y seguimos la ascensión hasta el pueblo.
¿El Pueblo?, pero entonces ¡hay bar! Lo encontramos en el centro social del
lugar donde dos amables señoriñas nos reservan una excelente acogida. ¡Si parece
que nos estaban esperando! Van trayendo generosas raciones de jamón, mejillones
en vinagreta y tortilla. Esto ya me inspira un “remake”: un tentempié llamado
tapeo… El centro social era antiguamente la escuela. Hoy en día aún con tele, el
lugar no parece haber perdido demasiado su alma. Se sigue jugando de mañana (los
mayores a las cartas al menos) y no faltan las ganas de reír y de aprender. Y a
los niños como nosotros se les siguen recibiendo y mandando para casa con una
sonrisa bien grande.
Por el pueblo nos encontramos en este orden, y
correlacionados algunos aunque no necesariamente, a una madre e hija intrigadas
por nuestro grupo extra-terrestre, una ambulancia que parece más en modo
preferente que urgente, jóvenes atareados e indiferentes a la ambulancia,
paisanos en ascuas por la ambulancia y la primera cabra con melena… Seguimos por
leiras entre campos y viñedos antes de adentrarnos en el monte comunal por
caminos bordeados de pinos, un buen tramo hasta encontrar una antigua mina de
feldespato (o blas) a cielo abierto donde Tuchi se deleita en una piscina de
aguas azules y sacamos fotos de grupo.
Más adelante llegamos a una zona de penedos que desprenden
respeto (esperemos que otra cosa, no) y al área recreativa de San Cibrán.
Algunos místicos cantan oraciones a las puertas de la iglesia y montamos nuestra
romería particular encima de una roca soleada. Al dar el Santo su nombre a esta
nuestra ruta, será un homenaje en debidas condiciones. Hubo bocatas, consomé
rico, alguna pieza de fruta, aunque no quedaba tanta hambre. En la parte más
formal de la romería, hubo silencio y/o coloquio, hubo siesta al sol y/o
exploración del lugar y después de la pausa, nuestra guía improvisó un juego de
las X diferencias en toda regla al indagar qué ponían las placas conmemorativas
de la Cruz de San Cibrán.
Luego de dejar ese monte, ya sagrado para nosotros por
esas vivencias con que nos deleitara, nos metemos los más temerosos debajo de un
penedo-caverna. Nos toca seguir entre eucalípticas pistas con las que conectan
otras más rudimentarias, para bicis, con pendientes y curvas terroríficas. Ni me
lo imagino, ya que además voy decelerando mientras la mitad del grupo hace de
pelotón y atrás, hacia la cola de la formación, se ríen a carcajadas. A nuestra
Tuchi no le medran las fuerzas y sigue recorriendo el triple (¡o más!) en
distancia y desnivel de tanto explorar.
Nos prometen bar para tomar el café tan esperado y, para
ellos, conocer por fin a esa camarera despampanante, pero tardaremos un poquito
más en llegar al próximo pueblo, Picoña. Antes se presenta una obra de
reforestación cuya historia nos cuenta un cartel, de los que abundan en esta
ruta, con fotos antiguas de mozas (seguramente ya antiguas también ellas ahora).
También nos maravillamos delante de un rebaño familiar de ovelliñas, algunas
negras con manchitas y otras Norits.
Entramos en el pueblo por unas leiras donde trabajan
familias y juegan niños y animales, no teniendo ni un minuto que perder después
de tantos meses de lluvia. Hay más Norits con sus mamás, más cabras con melena,
algunas muy bien peinaditas, aunque parece mejor no fiarse. Una se pone en las
patas traseras y más que para lucir el tipo, está a la defensiva. El pueblo
cuenta con un peto de ánimas (de Carballal) muy peculiar, con figuras femeninas,
una de reina, que sería el único de esta índole en Galicia. Curioso es este
pueblo, pero con mucha vida, y un tanto kitsch como la fachada del “Descanso”
prometido que encontramos cerrado.
El Plan B nos lleva al barrio de Ataude donde
la comparsa ensaya para el inminente Entroido. Algunos de los nuestros quisieran
seguir la “core”, pero se acaba ya la fiesta. Tomamos un algo y debe de ser por
el nombre de Picoña, nos hinchamos de chocolate, galletas y patatas fritas.
También hay momento chiste, pero ya está bien. Cae la noche, y hay que emprender
el último tramo de regreso al centro de Salceda a orillas del Caselas que casi
se sale de sus casillas. El área recreativa está nuevamente acondicionada, y
podemos ver un último molino con canales imbricados. Nuestra guía competentísima
(y contentísima también) nos da otra lección etnográfica comparativa, crítica y
magistral delante del portón del Pazo Ergullal, que no os contaré para qué os
animéis a acercaros. Rematamos el último tramo seudo-rural de la ruta con
frontal antes de volver a lo que llaman civilización, y me pregunto una vez más
por qué es siempre un choque en este sentido y no al revés.
Volvemos a encontrar la mitad de la flota y a repartirnos.
Un compañero nos deja, y nos esperan dos Calcorreiros en el lugar de la cena.
Hubo viandas abundientes en la Calustra y tampoco faltaron ni el vino ni las
risas, ni se hubieran olvidado algunos de algún postre con nombre transgresor.
¿Os acordáis de la teta de la monja? Esta vez tocó (o ellos a ella) y con ella y
unos cuantos postres más y potas de cafés se deleitaron los comensales.
La despedida no se queda corta tampoco como aventura:
coloquio animado na leira para decidir qué coche lleva a quién y para dónde,
despedida confusa a grito de “anda, pero si yo marcho contigo”, danza
caótica de los vehículos que acaban dibujando medio ochos al intentar dirigirse
hacia la salida del parking. Alguno lo lleva una encapuchada que intenta marchar
de incógnita. Si parecen gánsters que intentan escapar pisando el acelerador sin
piedad en una serie de mala muerte de los 80. Sin perder el ritmo ni el
suspense, nuestros tres coches enfilan por un atajo exclusividad de los
lugareños y emprenden el viaje de regreso a casa, que sea cual sea ésta y aunque
se separen los caminos por ahora, para todos está en tierras galaicoportuguesas
confraternadas. A quien toca por hoja de ruta (o guion), la últimísima despedida
es donde el mismo saloon de la mañana donde esperaba el resto de la flota, que a
estas alturas de la noche debía de ser ya debidamente registrada, si no
fichada.
Dejaremos el final abierto. Porque, buen hombre, no se
puede contar todo. Y porque confiamos más en el poder de la imaginación que en
las malas lenguas. Y porque no saldrá la palabra FIN. Continuará. Con otras
aventuras como ésta, que son un justo homenaje al camino y a los caminantes que
también son Nómadas y amigos.
B., febrero 014
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