Sosiego a ambas orillas del río Letis, " O río do esquecemento "

Fin de semana en el que se postergó una rutina caminante para compaginarla con la necesidad de sosiego en las afueras de una Villa que se negó a ser ciudad para reivindicar su derecho a seguir siendo llamada Villa.

Recibimiento cálido de un lugar entrañable, popular, siempre visitado por gentes que acuden de muchas direcciones diferentes para pasearse entre casas antiguas decoradas con blasones de categoría y confluir en un punto en común dónde un impresionante puente romano custodia intrépido y todavía presente el paso que une las dos orillas. Las gentes del lugar se identifican con una u otra orilla y saben muy bien quien pertenece a " este lado da ponte " o al otro; para esta caminante sigue siendo un misterio saber quien pertenece a quien aunque parece ser que pasó el fin de semana en " lá da ponte ", o sea, del otro lado, un entorno rural en el que la tranquilidad es norma y el silencio atrae sonidos de naturaleza para quien se detiene a saborearlos.

Llegada en la que instalarse se convertía en ritmo ralentizado que atrajo silencios internos de tal manera que tan sólo se oía el propio latido del corazón acompañando una noche en la que los grillos ofrecían una sinfonía alegre trás tantos días de lluvias torrenciales mientras el aroma de un delicioso pollo al horno anunciaba la hora de una cena tardía. Casi era inevitable que la tranquilidad invitase a acostarse y dormir aunque el deseo era el de mantener los ojos abiertos a los obsequios de una noche estrellada y al asomo de una pequeñísima luna queriendo crecer. Rodeada de montañas y de valles con la tierra labrada la vista se clavaba al frente, hipnótica, siguiendo el movimiento de un precioso molino que hablaba de las direcciones del viento con tanta precisión que hasta esta marinera de agua dulce se creyó por un instante eterno capitana de la tierra que la acogía.

Interminables suspiros que se sucedían uno trás otros, y más, y más, suspiros que exhalaban hálitos de satisfacciones añoradas, de tempos moderados y de movimientos despiertos y conscientes ante la sensación de que una disponía de todo el tiempo del mundo para existir.

La mañana despertó fresquita y soleada y el primer impulso fue salir en pijama a recibir al día, a intuir momentos en los que los pies descalzos pisarían la dulce hierba, a la promesa de una pateada de exploración deseada, a la contemplación de una maravillosa pareja de aves de colores impresionantes y bellísimos custodiando su nidada intentando despistar a la intrusa que curiosa y quieta también las observaba, como diciéndoles: - Eh amigas!, que de aquí no me muevo y me váis a tener que tolerar sí o sí.


Desayuno y ajetreo caminante antes de una no tan tempranera salida; todo era tan atípico en esta ocasión!. Ni mochila ni bocata ni agua ni ropa de repuesto ni ruta definida ni nada que recordara al equipo que suele llevar una caminante con cierta sabiduría del camino, y cómo lo estaba disfrutando!, precisamente por querer investigar y explorar otras maneras, otras actitudes en el camino compaginadas con lo que una ya sabe.

Y así salieron los caminantes. Sin rumbo y con rumbo; sin rumbo porque era un nuevo camino con muchos posibles desvíos. Con rumbo porque sabían del destino y de una meta como objetivo, cruzar al " outro lado da ponte ", comer en la Villa, perderse entre el gentío que era anunciado por multitud de coches aparcados bajo el impresionante puente, sabiendo que las sorpresas estarían en cada vuelta de una esquina.


Entre tanto, preciosos caminos antiguos que sólo transitaban los paisanos del lugar; entradas a espacios en los que el río cantaba mientras el ganado pacía impávido en prados de verdes lustrosos al paso de los caminantes, fragas de árboles cuya edad levantaba sonidos de admiración a tanta sabiduría silente, pasos por una aldea con una calle llamada " Rúa da Mó " en la que todos los vecinos se pusieron de acuerdo para podar los olivos en forma de rueda de molino en honor a la calle y a un antiguo molino que los caminantes no encontraron, tal vez demasiado escondido, tal vez ya desaparecido quedando tan sólo huellas de un recuerdo y de un homenaje en forma de árboles manteniendo el sentimiento y de vecinos implicados en homogeneizar el lugar con tan peculiar estética.

Paso debajo de un grandísimo puente que sostenía una autovía mientras un zumbido de coches interrumpía la tranquilidad de la vida tan diferente que se hallaba bajo el hormigón y el cemento. Y entrada a la Villa por la puerta de atrás que cómo no, jamás defrauda.

Enseguida el cambio de energía al otro lado del puente se hizo patente. Ajetreo, idas y venidas, voces a lo cerca y a lo lejos aunque sin estridencias. Se palpaba la alegría humana a un día soleado, se palpaba incluso la alegría de la fauna que anidaba a las orillas del río, hasta la última hormiga se alegraba de un día que se presentaba seco.



Los caminantes se encontraron con una concentración de motos antiguas y con una feria en la que se ofertaban objetos más antiguos todavía. Pronto los estómagos empezaron a rugir ante los distintos aromas invitando a los olfatos a enviar mensajes de urgencias culinarias y encontraron un lugar pequeño y acogedor, escondido, en el que al parecer llegaron a la hora justa porque sentarse y llenarse fue todo uno, tanto era el interés por comer en el pequeño restaurante tradicional y familiar que dos senhorinhas les pidieron a los caminantes si podían compartir mesa, jaja!...., hoy no era el día, se siente senhorinhas!.

Delicioso cabrito asado acompañado por una generosa ensalada y una fuente de arroz, y un vinho verde del lugar que por mucho que se denominase verde era más tinto que el color de las cerezas maduras. Quedaba hacer un regreso que no iba a ser precisamente ligero, aunque ya se encargaría el calor del día levantando sudores en un nuevo camino, esta vez cuesta arriba, de aligerar los pasos pesados.

Precioso camino de vuelta que resultó tanto novedoso como desconocido, exploratorio, intuitivo. Allá arriba, bien definido el objetivo a la vista, un hogar que esperaba cálido y acogedor. Todavía les esperaba una actividad tan relajante como deseada, cuidar de la tierra, arrancar las malas hierbas, plantar hermosas flores que regalarían presencia algún día, acondicionar un tanque de agua para reconducir el regadío a la tierra, cocinar para la visita de otros tres caminantes amigos que llegarían para la cena trás una pateada digna.

Y llegó la noche y con ella la lluvia que silenció de nuevo a los grillos. Despedida a los amigos mientras los bostezos anunciaban el final de un maravilloso día y de una amistosa noche pasada por agua. Dormir y soñar y despertar para volver a salir descalza a recibir la mañana. Volver a respirar aires que hablaban de otros ritmos, de tempos en los que el sosiego hablaba de más sosiego. Ya ni el latido del corazón se oía pues era tal el silencio interno que dibujaba una sonrisa pasmosamente boba, de pura alegría pacífica y de aislamiento de un mundo donde el ruido es norma.

Todo tiene su término anunciando una continuidad. Llegaba el tiempo del regreso a un cotidiano que recibiría a una caminante muy diferente a la que se marchó días atrás.

Cómo no estar agradecida a la vida!.


S., abril 013

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