Un tren transportando algo más que pasos


"Me apetece mojarme, llenarme del camino, patear sin treguas complicadas, no más que aposentarme en la sencillez de recibir la limpieza del agua mojando mi cara.

Me apetece vestirme de Caminante Acuática, con el gorro de lluvia, con el pantalón de aguas. Tal vez lleve el paraguas como complemento útil o de improvisado bastón.

Me apetece camino de pasos contínuos, apurados, relajados. Quiero mimar el suelo con la pisada, adherirme a la tierra, agarrar con los pies al alma. Quiero mojarme y que el viento me sacuda hasta las entrañas mientras anima al espíritu a seguir haciendo marcha.

Me apetece silencio, camino y calma, sentir a la Caminante Heroica, saludar a la Caminante Vital que me llama.  Compartir con otros Caminantes de la Vida las huellas que dejan el rastro de aquellos que no pasan de puntillas por la tierra que tanto entrega con una sonrisa callada".


Estas fueron las palabras que quedaron a la espera de una continuidad la noche antes de salir al camino.

Desperté a las 5,30 de una mañana de noche cerrada sin estar muy segura de haber calculado bien la hora de llegada a la estación de tren de Valença. Sigue poniéndome nerviosa después de tantos años el momento de la reunión pues siempre temo no llegar a tiempo, finalmente siempre llego a la hora buena.

Valença estaba dormida cuando llegué; me dirigí a la estación. Allí estaban para recibir el Caminante que Guía y la Caminante que Estima, para mí fue suficiente pues sabía que íbamos a ser pocos en una jornada en la que los Grandes Caminantes estábamos esparcidos por la geografía de una tierra que regala múltiples opciones de experimentar la libertad caminando.

También se encontraba en la estación un Caminante con el que no había coincidido y poco después llegó un Caminante que se estrenaba con nosotros por primera vez. Y para cerrar semi círculo llegó el último Caminante. Seis en el camino, buen número.

Nos subimos al tren que nos transportaría hasta Viana, dónde se iniciaría nuestra marcha. Nuestro guía nos ofreció iniciarla haciendo un recorrido corto por la ciudad, siempre es grato admirar Viana centro, los edificios antiguos y bien conservados, admirar un reloj de sol, respirar la energía que emana de los susurros de los parques, de las plazas bonitas, de los graffitis tatuados en hormigón lanzándole mensajes de la presencia del momento a los caminantes urbanos....

¿Quién dijo lluvia, y temporal?, los rayos tímidos de sol que nos regalaba presencia no parecían opinar lo mismo que el hombre del tiempo mientras hacíamos marcha por un camino amable, fácil, charlando tranquilamente mientras pensaba que efectivamente el paraguas hoy sería más bien un bastón que iba apoyando algo más que mis pasos.

A buen ritmo todos nos íbamos impregnando de una ruta que ofrecía treguas de agua a pesar de habernos equipado para ella, y así seguíamos, rumbo a Áncora. Pasamos por el río Áncora que al parecer nace Na Serra da Arga; bellísimo, limpio y con un caudal fluído, y pasamos por rincones verdaderamente bonitos decorados con poldras potentes proporcionales a las crecidas que sin duda son presencia habitual en los contornos de un lugar en el que la tierra todavía tiene sabor y valor para quienes la habitan y de la que los Caminantes nos nutrimos y beneficiamos haciendo pasos.

Como no, entramos en Áncora como solemos hacer los que caminan, por la puerta de atrás. Y fue allí dónde nos detuvimos a comer; nos encaminamos hacia la playa, dónde las olas rompían potentes y violentas en un día gris dejando asomar trocitos de cielo azul y rayos de sol que coloreaban el mar. Entramos en una cafetería que nos recibió con calefacción y la camarera nos permitió comer a cambio de las bebidas. Todavía tomaríamos el café sentados en la terraza recibiendo el aire frio alternándose con algún que otro cálido rayo de sol, y fue allí dónde nos hicimos la foto de grupo custodiadas nuestras espaldas por la bravura de las olas rompiendo en las rocas que elevaban gotas de sal.


Y seguimos rumbo a Caminha entre tramos de silencios y de conversas, de tarareos y de silbidos, de respiraciones de mar y de horizonte. Recorrimos Caminha y contemplamos hermosas vistas marinas mientras esperábamos la hora de nuestro tren rumbo a Valença. Volvimos a admirar los mosaicos de las estaciones de tren de Portugal, realmente parece que uno viaja a otros tiempos en esos edificios que todavía conservan el rastro de incontables huellas viandantes entre trasiegos.

Una vez llegados a Valença todavía nos quedaba una parada más en lo alto de Puxeiros, allí esperaban por nosotros dos Caminantes Exploradores, Caminantes Grandes, para contarnos mutuamente nuestro día en el camino. Hice el viaje registrando el cansancio relajado tan especial que se instala en el caminante que ha finalizado una ruta, conduciendo con confort, escuchando música que acompañaba el latido y la respiración.

Tiempo para el abrazo de los Caminantes Amigos y para confortarnos al calor de las buenas compañías y de las risas mientras fuera hace frío. Y desearnos una buena despedida, y un buen saludo.

Y así, afortunados y agradecidos, cada mochuelo a su olivo. Sentí que obtuve mucho más que lo que creé con unas palabras escritas una noche antes del camino pues éste me devolvió en cada paso la integridad que me anima.

Que no nos falten los caminos ni los buenos pasos compartidos.

S., diciembre 013

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