Caminando por las nubes

Hacía un tiempo que no caminaba por las alturas y cuando amanecí el domingo sabiendo que me esperaba una ruta montañera preparé ropa y mochila con la alegría de la que sabe que va a caminar por las nubes.

Llegaba a lo alto de Puxeiros y ya estaba uno de los compañeros tomando café y leyendo el periódico; nos dimos un buen abrazo pues aunque habíamos compartido una cena entre amigos hacía pocas semanas, hacía mucho más que no caminábamos juntos. Poco más tarde llegaban dos más, una de ellas la única compañía femenina que tendría pues esta jornada la energía masculina sería presencia destacada ya que tres chicos más nos esperaban pasado el puente de Salvaterra para enfilar todos juntos hacia los maravillosos entornos de La Peneda, lugar que siempre me ha entregado experiencias inolvidables tanto por la belleza del entorno como por ese clima tan particular que tanto te puede ofrecer una marcha muy placentera como sufrida dependiendo del tiempo y la temperatura que haya ese día.

Hoy el clima y la temperatura acompañaban. Un sol justo y una brisa suave. Empezaríamos ascendiendo y para mí era una oportunidad de resarcirme de esa misma ruta, la última vez que la hice llovía tanto y hacía tanto frío que ni pude disfrutarla y lo pasé francamente mal; no llevábamos más de diez minutos caminando cuando nos encontramos con una perra pastora autóctona que decidió acompañarnos, por eso de equilibrar un poquito las energías femeninas, así que todos le dimos la bienvenida y continuamos camino tras darle alguna que otra carantoña.

Ascenso prolongado que medía nuestras resistencias y fuerza, la respiración y el deseo de llegar a un altiplano que nos regalaría vistas que sólo puede apreciar el caminante. Lo primero que contemplamos fue montaña y cielo, a las vacas paciendo tranquilas, a los terneros descubriendo su entorno; nuestra perra viajera, como buena pastora que es, se dedicó a movilizar a las vacas y a despejarnos camino mientras sólo escuchábamos el sonido de nuestros pasos entre tanto pacífico silencio.

Había hambre así que pronto paramos a comer, no debíamos llevar caminando más que hora y media. Elegimos un lugar recogido entre asientos pétreos y cada uno fue sacando sus viandas; descubrí lo que es comerse una ensalada con una navaja ya que me olvidé el cubierto en casa, y uno de los compañeros descubrió lo que es darle de comer a la perra antes de tiempo, acabó zampándose la mitad de su bocadillo.

Seguimos caminito hacia Chá da Matança, queríamos llegar a lo alto del geodésico pues allí las vistas invitan a quedarse un rato tras una subida en la que los penedos invitan a escalarlos y a jugar entre saltos mientras pasas de la condición humana a la de cabrita. Uno de los compañeros quiso subirse a lo alto del geodésico y gritar la tan famosa frase de: " Soy el rey del mundooooo " y aprovechamos para hacernos la foto de grupo por eso de que no se diga que no pasamos por allí.

Nos esperaba un descenso bonito y digno hacia El Santuario de Nossa Senhora da Peneda, entre vistas majestuosas, caminos viejos empedrados, colores primaverales y aires limpios que despertaban los radares y los sentidos del caminante. Fue en ese descenso en el que uno de los compañeros tuvo una caída bastante desafortunada, el desnivel es importante y quedó bastante perjudicado aunque pudo seguir camino aguantando estoicamente las molestias.

Tuvimos nuestro momento de sesión fotográfica en plan conjunto musical, en concreto unas cuantas del trío lalala mientras los fotógrafos se lo pasaban pipa disparando sus objetivos a tres lunátic@s decorados y beneficiados por un entorno precioso en el que cualquier imagen vale más que todas las palabras, al que desde luego las fotos que saca mi humilde móvil no le hacen justicia.

Llegados a La Peneda paramos a tomarnos las cañitas de rigor. Todavía nos quedaba una subida linda acompañados de las aguas cantarinas del río Peneda, de tramos de sol y de sombras que se agradecían. Nuestra perrita viajera no quería acompañarnos y no sabíamos por qué, queríamos dejarla en el lugar en el que la encontramos aunque se la veía buena conocedora de la zona y que no estaba perdida. Pronto entendimos el por qué, al pasar por una casa un paisano la llamó por su nombre: ¡Diana!....El pobre animal se encogió de miedo, el rabo entre las piernas, no queriendo ir hacia el dueño. Aunque todos sabíamos lo que le esperaba y lo lamentamos esperamos a que el hombre llegase hasta nosotros y recogiese a la perra para llevársela; no era la despedida que hubiésemos deseado de esta compañera de aventuras aunque la vida ofrece también esas cosas a veces.

Proseguimos nuestro camino. Volvíamos a ser siete.

Fue en esa subida cuando me ocurrió algo que todavía hoy me parece increíble. De repente trastabilleé, quise recuperar el equilibrio y caminé varios pasos sin entender lo que ocurría, no podía equilibrarme y me dejé caer lo mejor que pude arrastrándome por el suelo. Fue una caída dolorosa, me senté y fue entonces cuando ví lo que había ocurrido: El cordón de mi bota izquierda se había enganchado en la bota derecha con lo cual quedé literalmente atada, aprisionada. Mis compañeros intentaron separar el cordón y aquello estaba tan prendido que tuvieron que hacer mucha fuerza para separarlos. El resultado físico del golpe fueron mano y brazo derechos con rasguños más aparatosos de lo que eran en realidad por la sangre, y rodilla izquierda que esa sí que hay que atenderla. Aventura que se saldaba con dos caminantes heridos, y es que esas cosas también ocurren en el camino, afortunadamente no ha habido nada que lamentar y también pude continuar pasos.

Llegada a los coches y decisión de ir a cenar al mítico Stop, todos menos el compañero que se había caído pues su único deseo era tomarse una ducha y acostarse tempranito, ya había tenido más que suficiente con la jornada y prefería retirarse. Así que los seis restantes nos fuimos a cenar, yo pensaba que un arroz malandro, ellos tenían claro que se zamparían unha robalinha grelhada, así que la única que se mantuvo fiel al malandrinho fue esta que escribe que se zampó el contundente plato sin la más mínima sensación de culpabilidad.

Pronto la sobremesa empezó a levantar bostezos y deseos de llegar a casa, así que despedida y cada ovejita a su redil; yo me preguntaba cómo llegaría a casa, si me pusiesen en ese momento una cama allí me quedaba, había sido un fin de semana intenso en el camino y tocaba darle descanso al cuerpo y a las emociones sentidas.

¡Y que no nos falten los caminos ni las experiencias compartidas!.

S., mayo 013

No hay comentarios:

Publicar un comentario