Confraternización caminante

Será que el tiempo está tan revuelto que desestabiliza hasta al caminante más avezado, no lo sé, el caso es que me ha dado tanto el sol y tan repentinamente este fin de semana pasado que he acabado postrada en la cama con fiebre, algo que no experimentaba hace tantísimos años que la experiencia me supo a vieja conocida con sabor a novedad. No sé muy bien si es por algo que comí o por insolación, el caso es que acabé con síntomas gripales en primavera y con un estado febril que hacía años que no padecía y que me obligó a permanecer en la cama teniendo que anular todo el trabajo de un día porque sinceramente no podía ni con mi alma; es terrible sentirse sin salud y no tuve otra más que dejar salir a la queja medio en rumores mientras me salía espontaneamente llamar a mi mamá como si fuese una niña pequeña. Será la edad o que una ya no está para todos los trotes, el caso es que no me gusta nada sufrir ese tipo de vulnerabilidad que me dejó tan indefensa como un pajarito y de la que todavía no me siento recuperada aunque afortunadamente pude retomar el trabajo y aquí sigo, de momento torpemente en pié y mejorando.

Ahora que parece que el ser vuelve a su ser, valga la redundancia, todavía débil y con el cuerpo dolorido, me permito recordar un fin de semana en el que se combinaron actividades varias, desde una pateada corta con bar por el medio y papatoria deliciosa y nada conveniente para una cena, a una ruta larga al día siguiente acompañados de unos intensos tonos de sol al que todavía no estamos adaptados con tanto vaivén climatológico y compra de diversos panes que acompañarían a los caminantes en sus viandas.

No pudimos terminar la ruta como yo quería, todavía no tengo la exploración terminada y lo que hicimos resultó ser más largo de lo que calculé en un principio; tampoco era una ruta terminada ya que todavía estamos intentando unir los tramos que vamos explorando durante las últimas cuatro semanas y resulta bastante complicado por ser una población muy habitada, con lo cual el asfalto es cada vez más presente y se anulan cada vez más aquellos caminos a pié que antes unían las poblaciones por medio de senderos pintorescos y todavía rurales. Así que hicimos el regreso acortando y prescindiendo de un tramo que pertenece al camino de Santiago Portugués que pasa por el río Labruja, aunque la pateada nos llegó bien.

Desde la confraternización con hermosísimos caballos a unos cuantos torneos de billar de chicas contra chicos (no voy a decir quien ganó para que los egos no se alteren, ni para los que ganaron ni para quien perdió, quedamos en que tendríamos que revisar las normas básicas del billar americano pues entre tanto cachondeo alguna que otra trampa se coló..., jejejejeje...). Lo único cierto es que todo contacto con la madre tierra es una bendición y si es en buena compañía esta que escribe no podría desear nada mejor.

El entorno no pudo haber sido mejor ni peor, simplemente era el adecuado y el que se favoreció. Tranquilidad, buenas vistas, buen tiempo, horizontes despejados, ánimos dispuestos, buenos caminantes, buenos amigos. Del tema de cocinar y de lavar cacharrada durante nuestra estancia nos encargábamos entre todos con lo cual no fue nada pesado convivir, todo estaba rico rico, desde la compañía hasta el calor de hogar, y desde lo compartido a los momentos personales; pudimos disfrutar de una señora casa acogedora, agradecida y complacida con la vida que se desarrollaba en sus internos y externos, y toda ella a nuestra entera disposición; de una tierra que nos ofreció naranjas y limones casi directamente exprimidos del árbol, de romero y perejil con el que aliñar nuestras comidas, y de un porche en el que degustamos los platos en un ambiente íntimo y relajante que favoreció las buenas conversas y la buena distensión, el ralentí del tiempo y acoplarnos a un ritmo que vivificó nuestras energías aceleradas; aunque pensemos que lo llevamos más o menos bien en nuestro cotidiano cuando llegas a ambientes así te das cuenta de lo vertiginoso que va todo en un día a día cada vez más repleto de imprevistos que ya no cogen ni se pueden colar en la agenda cotidiana.

Tuvimos ocasión de visitar una feria de antiguedades con mucho ajetreo turístico en un ambiente relajado y natural, con mucho verde y agua en el entorno, de disfrutar del folklore popular en unas danzas que me dejaron impresionada con los atuendos, las danzarinas vestían unas polainas blancas muy bonitas que se insinuaban muy sensuales, abriéndose la imaginación hacia tiempos pretéritos cuando de una mujer no se veía más que el tobillo y lo que sería llegar a verlas bailar dando vueltas  mientras se dejaban entrever las polainas y la piel, bueno bueno bueno...., ¡tremenda imaginación!. Y los hombres bailando con esos zuecos tan poderosos, esas figuras tan esbeltas mientras sacaban sonidos que acompañaban la danza con unas castañuelas que le daban ritmo y armonía al baile.

O unas bicicletas antiguas, una de ellas con carrito para bebé incorporado, ¡qué cosas oigaaa!, si es que todo está inventado desde hace tanto tiempo que lo nuevo nos parece original cuando la realidad es que como casi siempre ocurre, todo es reciclado, puro reciclaje. Quise regatearle a un vendedor por la figura de un Santo que me interesaba, no es que me invadiese una vena religiosa, que para nada, sí porque el Santo en cuestión era de mi interés, por raro de encontrar entre tanto Santo habitual, porque aunque es fácil de identificar por su atuendo y pose no lo es tanto encontrarlo en otros formatos y posturas, y porque tenía una cierta antiguedad; el caso es que pedían un precio importante por él que yo no estaba dispuesta a pagar ya que tenía algunos desperfectos que tendría que restaurar, y como no sé regatear y enseguida se me ve el plumero pues no sé poner cara de póker para ciertas cosas y seguro que se me veía el interés y el deseo en la mirada, el vendedor no admitió mi inexperto regateo, así que me quedé sin el Santo, será que así tenía que ser.

Llegada al dulce y acogedor hogar dónde todavía teníamos al tiempo cómplice acompañándonos. Un reto más para una partida al billar en la que todos entramos al trapo. Fue muy divertido jugar por parejas e ir tomándonos cada vez más en serio el juego, elaborando estrategias de ángulos en los que tocar para que entraran las dichosas bolitas, el vacile, las risas, el delicioso vino añejo de porto tan dulce como la miel, alguna que otra infusión por el medio por eso de no perder la partida, ¡jaja!, el placer de ver una estrategia bien elaborada convertida en acierto o la cara de idiota que se le queda a una cuando la bola se va a su bola tapete adelante y los compañeros vacilan con la mejor de sus carcajadas no quedándote otra que unirte a ellas, jajajajaa....

Fin de la velada con la lectura de un cuento para los caminantes y a dormir que mañana es otro día.

El día amaneció lindo y tranquilo, sin prisas por nada más que por dejarnos fluir el resto del tiempo del que disponíamos, que ya no era mucho, había que regresar. Desayuno delicioso y decisión de qué queríamos hacer. No iba a ser patear sino disfrutar del entorno. Las chicas decidimos quedarnos y plantear la comida mientras los chicos se fueron a comprar pan y ensalada para acompañar (esa era la excusa), el hecho era que nos apetecía quedarnos entre chicas y a los chicos les apetecía confraternizar a su manera. Llegaron como gallitos jabándose de lo bien que se lo pasaron hablando con las preciosidades con las que se encontraron mientras se tomaban unas cervecitas mientras las chicas los únicos gallos que escuchamos eran los de los alrededores, jajajaja, eso sí, con un porte envidiable que no defraudaba a ninguna gallina del corral.

Comida bajo la sombra que ofrecía el generoso porche, colándose una brisita ligera que invitaba a la siesta y a una sonrisa de beneplácito mientras piensas y sientes que esto sí que es vida.

Recoger las pertenencias y despedida, no sin antes contemplar la presencia y alegría de un hermoso rododendro en flor recién plantado. Abrazos que se contagian el sincero afecto y promesas de continuidad en el corazón.

Que no nos falte el camino en el cual las presencias son camino y compañía con la que caminar los buenos rumbos.

Con afecto,

S., mayo 013

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