Regreso que sabe a cómo si nunca te hubieses ido

Volver a patear por Portugal ya es un lujo, hacerlo con Caminhantes, el colectivo al que me uní en esta ocasión fue como un regreso a esa casa de la que nunca te alejas allá dónde importa, porque el sentimiento es de esos que han calado en su momento, ha ocupado un tiempo de tu vida bien importante, has querido y cultivado, desarrollado afectos, te has mantenido en contacto con algun@s, nunca desconectada del todo con tod@s, persistiendo el buen recuerdo y la sonrisa que surge con tan sólo el pensamiento a la multitud de vivencias compartidas. No desaparece la implicación puesta ante las personas y las actividades que un@ ama, prevalece aunque no estés físicamente lo vivido, lo aportado y lo recibido, como tampoco desaparece tan rápido el puesto en la lista de cuadraditos verdes, ¡sigo en la primera página de la lista! (sonrisa).

Era una muy buena oportunidad de mantener la bienvenida al otoño, con opción a baños en el río, de patear con el chip de lo que evoca Portugal en lo más interno, añorada tierra que se recuerda con infinito agradecimiento a todas las vivencias aportadas, todas maravillosas. Un recorrido que sentí plagadito de naturaleza y una primera incursión en una fase reciente de renovadas andaduras caminantes en las que voy experimentando otras facetas de mí, facetas que me mantienen contenta, motivada, sin prisa ninguna, fluyendo, confiando y caminando los instantes, pasito a pasito.

Oportunidad también para seguir apaciguando los ritmos vertiginosos que pueden llegar a darse en un día a día en los que demasiadas veces se nos presentan situaciones esperpénticas varias de las que tenemos que aprender a saber sacarles buen partido; salir al camino, reunirse, compartir un poco de esto y un poco de aquello nos suaviza, nos recrea, nos anima y nos recicla, y nos ayuda a retomar un cotidiano con la sensación de que todo es posible, hasta saber manejarnos ante lo esperpéntico sin que por ello nos salpique. Y es que cuando favorecemos los buenos encuentros, cuando por dónde nos movemos entregamos y recibimos, para cuando llega el momento de caminar acompañad@ o contigo mism@ se experimenta algo bien importante, la valorización al respeto y a la estima que nos debemos entre nosotr@s y a nosotr@s mism@s.

Nos reuníamos en lo alto de Puxeiros, nos repartimos en los coches y una vez más ante nosotros un trayecto que nos llevaría a un principio, a una jornada por delante, a pasos haciendo camino. En esta ocasión empezaríamos la pateada en Montaría, rodead@s pola Serra da Arga, partiendo muy  próxim@s a Dem y que recordé haber caminado en alguna otra ocasión, no la misma ruta, sí coincidente en algunos puntos.

Casi ningun@ fue preparado para la lluvia pues el día prometía caluroso y soleado, sin embargo Montaría nos recibió con alguna que otra gota de lluvia cayendo suave y limpia, como diciéndonos que sería pasajero, apenas un roce que animaba a no desanimarnos y a que prevaleciese el espíritu caminante, ése que tiene más en cuenta la reunión independientemente del clima; y efectivamente nadie parecía demasiado preocupad@ por unas cuantas gotas de lluvia y con esa disposición empezamos a hacer camino.

Una tropa de 33 caminantes en la que me sentí feliz por la oportunidad de caminar con personas que hacía tiempo que no veía, por verlas y verlos bien, por compartir tramos en los que nos íbamos contando un poco de todo. La ruta se anunciaba fácil, con ocasión de paradas y de andares demorados disfrutando de aires limpios, de hermosas vistas, de camuflarnos entre los árboles y los sonidos del agua del río Áncora, con dos guías que ofrecían ruta amorosa, generosa en vivencias, en compartires, en risas. Pronto hicimos parada para el primer baño bajo un puente pétreo en aguas cristalinas, ¡frias, muy frias!, sin embargo cómo dejar pasar la oportunidad de celebrar un otoño tan magnífico, unos últimos días de septiembre que regalan reminiscencias veraniegas, aclimatando a l@s caminantes a futuras pateadas en las que las botas sustituyen al calzado más ligero y ropa de abrigo que aumenta el peso de las mochilas.

Disfrutamos de recorrido aéreo, despejado, y disfrutamos también de sombras que apaciguaron los calores que generaron los rayos de sol benévolos. Comimos al pie de una cascada que terminaba en una hermosa poza, repartidos en espacios que ofrecieron asientos a los que cada quien se adaptó como mejor pudo. No echó para atrás el que las aguas estuviesen frias pues la poza pronto se vió ocupada por una tropa de caminantes convertid@s en seres acuátic@s, un@s sumergid@s en silencio, otr@s echando mano al socorrido grito que anima a lanzarse al agua, por eso de no dejar pasar la oportunidad y de recoger una experiencia más que queda en el rincón de lo experimentado, que no se diga... Felicitaciones a una cumpleañera muy especial y muy querida, con regalito llegado de Ourense y buenos deseos a través de una tarjeta que recogiese las diferentes manifestaciones de afecto a una sirenita.

Y seguimos. Y volvimos a tener oportunidad de más baños, y de más camino, incluso de momento aventura por una zona rocosa en la que había que pisar firme de tan resbaladiza. Y paramos, y seguimos. Día en el que la prisa no era norma, en la que las paradas y el ritmo era agradecido; no estaba siendo un día de pateada a trote cochinero sino de oportunidad a compartires demorados, a conversaciones tranquilas, a momento siesta recibiendo a los rayos de sol mientras un@s se bañaban..., pensando tal vez..., ¿Pero es que no han tenido suficiente que siguen aprovechando cada rincón de baño para ser como niñ@s?

Último tramo que nos llevaría a la plaza del pueblo en el que el sol apretó, nada que ver con esas primeras gotas mañaneras con las que nos recibió el entorno. Estiramientos varios y tropa que se desplaza hacia dónde tomar la penúlima, un bar en el que l@s guías habían hecho reserva y que tuvo a bien cobijarnos en una terraza en la que se repartieron delicias varias con soplido de velas incluído. 

Y llegó el tiempo de las despedidas armándose ese revuelto que ya tod@s bien conocemos. Abrazos, besos, sonrisas relajadas y satisfechas y hasta la siguiente, pues así cómo nos despedimos también sabemos que no por ello dejan de existir las nuevas bienvenidas.

Viaje tranquilo a Puxeiros y de ahí cada mochuelo a su olivo.

Un placer el volver a compartir mucho más que camino con mucho más que caminantes, que no nos falte la sabiduría de lo que ello vale ni la oportunidad de volver a compartirlo.

S., septiembre 014







No hay comentarios:

Publicar un comentario